SOCIALISMO ECLESIÁSTICO.
CARTA ENCÍCLICA
RERUM NOVARUM. 1891
DEL SUMO PONTÍFICE
LEÓN XIII.
SOBRELA SITUACIÓN DE
LOS OBREROS. S XIX
1.
Despertado el prurito revolucionario que desde hace ya tiempo agita a los
pueblos, era de esperar que el afán de cambiarlo todo llegara un día a
derramarse desde el campo de la política al terreno, con él colindante, de la
economía. En efecto, los adelantos de la industria y de las artes, que caminan
por nuevos derroteros; el cambio operado en las relaciones mutuas entre
patronos y obreros; la acumulación de las riquezas en manos de unos pocos y la
pobreza de la inmensa mayoría; la mayor confianza de los obreros en sí mismos y
la más estrecha cohesión entre ellos, juntamente con la relajación de la moral,
han determinado el planteamiento de la contienda. Cuál y cuán grande sea la
importancia de las cosas que van en ello, se ve por la punzante ansiedad en que
viven todos los espíritus; esto mismo pone en actividad los ingenios de los
doctos, informa las reuniones de los sabios, las asambleas del pueblo, el
juicio de los legisladores, las decisiones de los gobernantes, hasta el punto
que parece no haber otro tema que pueda ocupar más hondamente los anhelos de
los hombres. Sea de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en
que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de
las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate
indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en
el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera
a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de
la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a
los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la
desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura,
que, reiteradamente condenada por la autoridad de RERUM NOVARUM. 1891
DEL SUMO PONTÍFICE
LEÓN XIII.
SOBRE
2. Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.
3. Sin duda alguna, como es fácil de ver, la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún oficio lucrativo y el fin primordial que busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario para la comida y el vestido; y por ello, merced al trabajo aportado, adquiere un verdadero y perfecto derecho no sólo a exigir el salario, sino también para emplearlo a su gusto. Luego si, reduciendo sus gastos, ahorra algo e invierte el fruto de sus ahorros en una finca, con lo que puede asegurarse más su manutención, esta finca realmente no es otra cosa que el mismo salario revestido de otra apariencia, y de ahí que la finca adquirida por el obrero de esta forma debe ser tan de su dominio como el salario ganado con su trabajo. Ahora bien: es en esto precisamente en lo que consiste, como fácilmente se colige, la propiedad de las cosas, tanto muebles como inmuebles. Luego los socialistas empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad, puesto que, privándolos de la libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los bienes familiares y de procurarse utilidades.
4. Pero, lo que todavía es más grave, proponen un remedio en pugna abierta contra la justicia, en cuanto que el poseer algo en privado como propio es un derecho dado al hombre por la naturaleza. En efecto, también en esto es grande la diferencia entre el hombre y el género animal. Las bestias, indudablemente, no se gobiernan a sí mismas, sino que lo son por un doble instinto natural, que ya mantiene en ellas despierta la facultad de obrar y desarrolla sus fuerzas oportunamente, ya provoca y determina, a su vez, cada uno de sus movimientos. Uno de esos instintos las impulsa a la conservación de sí mismas y a la defensa de su propia vida; el otro, a la conservación de la especie. Ambas cosas se consiguen, sin embargo, fácilmente con el uso de las cosas al alcance inmediato, y no podrían ciertamente ir más allá, puesto que son movidas sólo por el sentido y por la percepción de las cosas singulares. Muy otra es, en cambio, la naturaleza del hombre. Comprende simultáneamente la fuerza toda y perfecta de la naturaleza animal, siéndole concedido por esta parte, y desde luego en no menor grado que al resto de los animales, el disfrute de los bienes de las cosas corporales. La naturaleza animal, sin embargo, por elevada que sea la medida en que se la posea, dista tanto de contener y abarcar en sí la naturaleza humana, que es muy inferior a ella y nacida para servirle y obedecerle. Lo que se acusa y sobresale en nosotros, lo que da al hombre el que lo sea y se distinga de las bestias, es la razón o inteligencia. Y por esta causa de que es el único animal dotado de razón, es de necesidad conceder al hombre no sólo el uso de los bienes, cosa común a todos los animales, sino también el poseerlos con derecho estable y permanente, y tanto los bienes que se consumen con el uso cuanto los que, pese al uso que se hace de ellos, perduran.
12. Confiadamente y con pleno derecho nuestro,
atacamos la cuestión, por cuanto se trata de un problema cuya solución
aceptable sería verdaderamente nula si no se buscara bajo los auspicios de la
religión y de la Iglesia. Y ,
estando principalmente en nuestras manos la defensa de la religión y la
administración de aquellas cosas que están bajo la potestad de la Iglesia , Nos estimaríamos
que, permaneciendo en silencio, faltábamos a nuestro deber. Sin duda que esta
grave cuestión pide también la contribución y el esfuerzo de los demás; queremos
decir de los gobernantes, de los señores y ricos, y, finalmente, de los mismos
por quienes se lucha, de los proletarios; pero afirmamos, sin temor a
equivocarnos, que serán inútiles y vanos los intentos de los hombres si se da
de lado a la Iglesia. En
efecto, es la Iglesia
la que saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede
resolver por completo el conflicto, o, limando sus asperezas, hacerlo más
soportable; ella es la que trata no sólo de instruir la inteligencia, sino
también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos;
ella la que mejora la situación de los proletarios con muchas utílísimas
instituciones; ella la que quiere y desea ardientemente que los pensamientos y
las fuerzas de todos los órdenes sociales se alíen con la finalidad de mirar
por el bien de la causa obrera de la mejor manera posible, y estima que a tal
fin deben orientarse, si bien con justicia y moderación, las mismas leyes y la
autoridad del Estado.
34. Finalmente, los mismos patronos y obreros pueden
hacer mucho en esta cuestión, esto es, con esas instituciones mediante las
cuales atender convenientemente a los necesitados y acercar más una clase a la
otra. Entre las de su género deben citarse las sociedades de socorros mutuos;
entidades diversas instituidas por la previsión de los particulares para
proteger a los obreros, amparar a sus viudas e hijos en los imprevistos,
enfermedades y cualquier accidente propio de las cosas humanas; los patronatos
fundados para cuidar de los niños, niñas, jóvenes y ancianos. Pero el lugar
preferente lo ocupan las sociedades de obreros, que comprenden en sí todas las
demás. Los gremios de artesanos reportaron durante mucho tiempo grandes
beneficios a nuestros antepasados. En efecto, no sólo trajeron grandes ventajas
para los obreros, sino también a las artes mismas un desarrollo y esplendor
atestiguado por numerosos monumentos. Es preciso que los gremios se adapten a
las condiciones actuales de edad más culta, con costumbres nuevas y con más
exigencias de vida cotidiana. Es grato encontrarse con que constantemente se
están constituyendo asociaciones de este género, de obreros solamente o mixtas
de las dos clases; es de desear que crezcan en número y eficiencia. Y, aunque
hemos hablado más de una vez de ellas, Nos sentimos agrado en manifestar aquí
que son muy convenientes y que las asiste pleno derecho
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